Este anfibio urodelo (anfibio con
cola) nombrado en infinidad de relatos de la mitología universal, leyendas y
creencias populares, siempre vinculado al fuego y a la brujería, se decía que
era un animal ignífugo. Si echabas a una
salamandra al fuego salía de él vivita y coleando, incluso que tenía el poder de apagarlo. De hecho, todos conocemos
las estufas de hierro que llevan su nombre y pocos se paran a pensar porqué una
chimenea tiene nombre de anfibio, animales siempre vinculados con el agua.
Bueno, pues a veces la realidad
supera a la ficción y las salamandras además de ser unos bellísimos animales,
son una caja de sorpresas.
La salamandra puede regenerar la
cola, córneas, mandíbulas y patas entre otras partes de su cuerpo. Además las
regenera en un periodo de entre uno y tres meses más o menos gracias a la
capacidad de generar células similares a las células madre.
La comunidad científica cree que
tal vez estudiando a estos anfibios se puedan llegar a replicar dichos
mecanismos en los seres humanos.
Su coloración inconfundible de
fondo negro con manchas amarillas muy llamativas por todo el cuerpo, es una
forma de decir a los animales que quieran comerla “oye, tengo un gusto horrible
y soy venenosa, no me comas”. Su piel contiene sustancias tóxicas para los
depredadores, aun así, hay muchos que se las comen sin problemas. Para los
humanos es totalmente inofensiva.
De costumbres terrestres y
nocturnas, vive en suelos cubiertos de hojas o líquenes, ocultándose durante el
día bajo piedras, troncos caídos, agujeros, maleza, etc.
Al tratarse de una especie
forestal, la destrucción de sus hábitats mediante talas de bosques, incendios,
etc., son las principales amenazas para este anfibio.
Es durante el otoño cuando las
salamandras entran en celo, apareándose en tierra durante la noche.
Larva de salamandra fotografiada con cámara sumergible Toshiba Camileo BW10. |
Desde diciembre a febrero, las salamandras paren a sus crías en las gélidas aguas invernales. Normalmente las puestas son de unas 30 o 40 larvas envueltas en una membrana de la que se desprenden rápidamente. Las larvas son de aspecto robusto con la cabeza muy ancha, branquias muy visibles y desde que nacen ya poseen las cuatro patas desarrolladas y nadan a la perfección. Son depositadas en charcas, acequias, regatos y arroyos de montaña.
Pasados cuatro meses, desaparecen
las branquias y aparecen ya las manchas amarillas, para completar el desarrollo
larvario a los cinco meses. Abandonan el agua al medir aproximadamente seis centímetros, ya con el aspecto y coloración de
los adultos. Alcanzan la madurez sexual entre los tres y cuatro años. Las
salamandras pueden llegar a vivir más de veinte años y superar los veinte
centímetros de longitud.
He hablado de las poblaciones ovovivíparas, pero también hay otras vivíparas, donde las hembras paren en tierra crías totalmente metamorfoseadas (las hembras retienen a las larvas en el interior de su cuerpo hasta que se convierten en adultos en miniatura y así los paren, completamente desarrollados). No se sabe a ciencia cierta a qué se debe esta estrategia reproductiva. Quizás por la falta de masas de agua o porque estos individuos procedían de poblaciones vivíparas que quedaron aisladas.
Enlazo con un artículo del biólogo asturiano David Álvarez sobre una población de salamandras aislada en el casco antiguo de Oviedo, donde se combina salamandras e historia, un trabajo de investigación que deja patente lo extraordinario que es este anfibio.
"Las salamandras del Oviedo antiguo: un estudio histórico y biológico"
http://naturalezacantabrica.blogspot.com.es/2014/01/las-salamandras-del-oviedo-antiguo-un.html